Santos Cabezas




SANTOSCABEZAS



Ya has visto a ese hombre antes con su brazo de oro repartiendo cartas; pero ahora esta oxidado desde el codo hasta los dedos.
Leonard Cohen


Santoscabezas es un mito. Recuerdo algunas historias populares que narran hazañas espectaculares, relatos que crecen cada vez que se cuentan. Un fenómeno de la oralidad que es consustancial a la memoria: la repetición una y otra vez del relato añadiendo un pedazo nuevo por cada vez que se recita; una mentira más, un recuerdo más, una lección más, o algo que parece ser parte de la historia y se añade por su ritmo o por su cercanía... el rumor se replica como un virus. Así se han concebido personajes hiperbólicos que encarnan toda una sociedad.
Santoscabezas es una hipérbole, una sumatoria de deseos como si de la seducción se pudiera hacer una ecuación. Sócrates sostenía que era feo porque no le interesaba seducir, sino persuadir. Intentó su ecuación. Pero ¿qué sucede hoy en día con el “mal gusto” que seduce y además persuade?... Lo feo que atrae, lo desagradable que agrada, lo indeseable que se llega a desear... Quizá hay un dispositivo poderoso de instauración de sueños, algo subliminal; algo que se repite una y otra vez en los relatos que circulan en el aire. Una nueva memoria que en vez guardar el pasado, guarda el futuro: una anticipación, un deseo rápido, instantáneo, mudo... mito fácil, del tamaño de una cuadra, de un pueblo, de una ciudad... del tamaño de un centro-de-mesa, de una maqueta, nuevo bodegón de la hazaña: lancha, avión, submarino. La versión genérica del sueño: la del brillo del gramo que se asoma en la arena, la del agua en la pared del lavadero. Un escape.
Ya los gusanos me van a comer. Alabaos. 
Municipio Medio de San Juan, Choco
Leonardo Herrera arriesga demasiado en sus proyectos; en la mayo- ría de ellos corre peligro, es “vulnerable a”, olfatea donde no debe, expone su cuerpo a la herida, a la sobredosis, se hiere, se endeuda, trafica, lo roban, establece contactos con personajes del hampa, convictos, corona... se apunta con un arma cargada o coge mar en una lancha en busca de una mítica isla de cocaína (y aquí el mito otra vez y el brillo del gramo, y la lancha como centro de mesa), mientras controla un dron y se insola. En Santoscabezas es difícil encontrar este riesgo o vulnerabilidad; este proyecto parece ser un poco “más maduro”, propio de un artista que por fin sabe dejar su vida a un lado... parece tenerlo todo bajo control.
Estoy sudando demasiado papá; este olor a mierda y concreto húmedo me está matando. 
Isaac Herrera.
En una mesa negra, espesa, reposan ciertos elementos sin título: una lancha de vidrio, un submarino de coco, un avión de madera, un crucifijo de oro robado, un billete desteñido de mil pesos que vale más en la selva y un palo de madera con inscripciones en lapicero... además tiene el video de un chat: la conversación entre Isaac Herrera, su hijo, y uno de sus compañeros sobre la logística para vender popper, marihuana y cocaína en una discoteca, para conseguir plata. Más allá, en la misma sala, encontramos una foto- grafía del pecho desnudo del artista que se escribió, cortándose con agujas, la palabra “equilibrio” y la fotografía del estómago desnudo de su hijo con la cicatriz de un intento de suicidio.
The most exquisite agonies.
Olyffe
Como historia, Santoscabezas reúne toda la mitología para seducir a los jóvenes del litoral pacífico (zona geográfica en donde Leonardo Herrera ha realizado sus investigaciones recientes) para que tomen el camino del crimen organizado. El afortunado personaje que encuentra la fortuna en una lámpara mágica; el hombre más suertudo del mundo, millonario, inmortal, todo poderoso, padre de todos los niños del pueblo, carismático, inmune a la brujería, sonriente, hermoso, sobreviviente... un monstruo de Frankenstein fabricado con los retazos podridos de las historias y los deseos de todos.
Este ambiente no es intencional ni performativo. Es algo donde uno se encuentra. 
Representa un estado de ánimo.
Byung Chul- Han
Un estado de ánimo se condensa entre unos puntos-límite dentro de exhibición (un trazo con objetos): un primer espacio, que es una apertura oscura, involucra el mar abierto, la picota, el muro, el cráneo, la autofagia y la sonrisa; todo esto ya no como piezas específicas sino como nociones subliminales o cosas en camino de convertirse en símbolos. Quizá Santoscabezas es todo ello, cada re- lato que se ha contado. Tal vez en algún momento fue un cangrejo que se devoró otro cangrejo; quizá estuvo muerto y resucitó, fue capturado y se voló, para luego mostrarnos su sonrisa como una apertura (herida) del rostro cuyo interior poco a poco se convierte en oro, así como el muro de alquitrán es a su vez un rostro que nos sonríe (herido), cuyo interior poco a poco se convierte en luz.
Llevo cuatro infartos y no moriré de eso, que tristeza toda una vida dedicada al sufrimiento emocional- en silencio- porque el afecto y la emoción no son narrables.
Leonardo Herrera
Un segundo espacio, en silencio, nos muestra cómo la mitología volátil de Santoscabezas toca la propia historia personal del artista; unas frases sobre laminilla de oro parecen ser susurros de lo que se oye por ahí, como en un estado pre-mitológico de la tradición oral; lo aún no aprendido, lo que no se ha memorizado ni entrado a las canciones o lo que habiendo entrado a las canciones se sale del ritmo e interpela de manera esquizofrénica al que les atrapa en el aire.
El arte es oro transmutado del plomo del pueblo.
Jorge Acero
La lancha de vidrio asume la traslucidez del agua, el medio para el que está hecha, pero eso le cuesta su propia inoperancia. El brillo del cristal le hace ganar un peso muerto que la hundiría en el fon- do del mar. Así mismo el avión de madera y el submarino de coco son juguetes que dan cuenta del viaje, del transporte, del tráfico, del deseo de salir de un lugar y volver con poder. Son maquetas que nos hacen encoger al tamaño de una moneda, para poder entrar en ellas...
De esta forma, el muro de alquitrán que nos sonríe y que nos deja ver por su abertura el brillo del agua, es la barrera que nos impide entender cómo este brillo que vemos, no está; no tiene un peso muerto que le hundiría en el fondo del mar, sino que tiene las propiedades de lo que no está. El muro de madera y alquitrán, así como la lancha de vidrio, materializan en objetos lo que implica el fracaso de manera esencial: una barrera que no nos deja pasar pero que nos permite ver el paraíso, y el sentimiento de que al triunfar, a su vez se gana un peso muerto que nos puede hacer naufragar.
No te engañes, nadie ve nada.
The Last Family
Santoscabezas es un proyecto que oculta una forma diferente de vulnerabilidad entre los proyectos de Leonardo Herrera. El riesgo y exposición emocional de un artista que no tiene nada bajo control (lo cual afortunadamente es una cualidad y no un defecto). Todo este ocultamiento flota en el espacio de exhibición. Dos salas contrarias con mitologías sincrónicas. Un combate a metralleta en mar abierto se riega como virus por los chats de Whatsapp y una conversación privada demuestra que el virus ha picado de manera personal a Leonardo... mientras todo esto pasa podemos oír una voz que nos canta y nos cuenta sobre algo muy lejano en la selva y en la historia; como si todo esto ya hubiera pasado una y otra vez y estuviéramos condenados a escucharlo y repetirlo por siempre.

Breyner Huertas